La operación caballo de Troya
- dialecticosyconcen
- 16 sept 2017
- 20 Min. de lectura
Las mil y una historias de Radio Venceremos
Por José Ignacio López Vigil.

A partir de lo de San Gerardo, tomó más fuerza la decisión de matar a Monterrosa. El huevo era cómo. Los del taller electrónico, igual que otros, presentaron sus proyectos.
[if !supportLists]— [endif]¿Qué tal una carta con explosivo plástico?
[if !supportLists]— [endif]No, hombre —dice Atilio—. Se van a matar ustedes. Eso supone una técnica muy especializada.
[if !supportLists]— [endif]¿Un coche bomba? ¿Otro ataque de morteros a la Tercera Brigada?
[if !supportLists]— [endif]Más maña y menos fuerza. Tenemos que estudiar la conducta psicológica de este tipo. ¿Cómo es?
[if !supportLists]— [endif]Un exhibicionista —dijo Luisa—. Y por andar figureando, podría llevarse un susto.
[if !supportLists]— [endif]Exacto —siguió Atilio—. ¿Qué es lo que ha hecho Monterrosa cuando ha venido aquí? ¿Buscar a quién? Al puesto de mando y a la Venceremos. ¿Qué hace cuando se va? Se lleva trofeos. Ya se llevó la maqueta del Cacahuatique. Se llevó los videos. Muy bien. ¿Quiere la Venceremos? Tendrá la Venceremos. Se la vamos a regalar. ¿Qué mejor trofeo podría tener de Morazán?
Desde entonces, Atilio comenzó a llegar muy seguido al taller de Mauricio. Algo grueso tramaban. En ese taller, además de reparar los mil chunches de todo el sistema de radiocomunicaciones y de la emisora, se estaban experimentando circuitos integrados para explosivos, espoletas de tiempo activadas con radiofrecuencias, telemandos para minas, todo eso. Una tarde, se apareció Mauricio con un transmisor dañado, un Kenwood de los viejos tiempos.
[if !supportLists]— [endif]¿Qué hay? —le pregunto-—. ¿Vamos a meter otra señal de Onda Corta?
[if !supportLists]— [endif]Vamos a meter ocho tacos de dinamita, baboso.
Por aquellos días, un C-47, de esos aviones grandotes de reconocimiento, sobrevoló nuestra zona y dejó caer unos paracaiditas como de juguete con unas cajitas blancas que fueron balancéandose hasta que tocaron tierra. No sabíamos qué podía ser aquello y nos desconfiamos. ¿Nos estarán colocando micrófonos en el terreno? ¿O será una guerra bacteriológica? Mauricio las mandó a buscar y abrió una de aquellas cajitas de plástico. Dentro, halló un microlabora.. tono atmosférico para información de vuelo. Tenía un aparatito que medía la velocidad del viento, otro que marcaba la pluviosidad... y un altímetro.
[if !supportLists]— [endif]Hay que agradecerles a los gringos —dijo Mauricio—. Es un buen servicio a domicilio.
Este voladito era un disco flexible que se apachaba más o menos con la presión atmosférica. Y tenía una aguja que iba marcando la altura relativa.
[if !supportLists]— [endif]Con esto le preparamos un segundo dispositivo a la bomba.
La bomba iría dentro del transmisor. Se accionaría con un control remoto parecido a los que ahora se usan para encender un televisor, sólo que este era más complicado, de radiofrecuencia, y haría explotar la carga que el aparato llevaba adentro. Si por cualquier motivo este primer dispositivo fallaba, cuando el transmisor se elevara a una altura de trescientos metros, la agujita del altímetro cerraría el circuito y la bomba explotaría sola.
[if !supportLists]— [endif]¿Y quién va a encaramar el transmisor a trescientos metros?
[if !supportLists]— [endif]Monterrosa en su helicóptero.
El plan era el siguiente: dejar el transmisor con la bomba en un embutido no tan embutido, es decir, que se viera que no se quería dejar ver. Y confiar en que el exhibicionista iba a llegar, descubrirlo y llevarse la falsa Venceremos. Cuando viajara en el helicóptero con su trofeo, reventaría por los aires.
- ¿No es mucho ocho tacos de dinamita, Mauricio?
— Así como es el sapo es la pedrada.
[if !supportLists]— [endif]Eso es para demoler un edificio de tres plantas!
[if !supportLists]— [endif]Que sobre y no que falte —sentenció Mauricio.
[if !supportLists]— [endif]Vaya, pues —dijo Atilio-. Ahora sólo hay que esperar la oportunidad.
Llegó el 18 de octubre. Nosotros estábamos en una de las estribaciones del cerro Pericón, cerquita de Perquín, bastante tranquilos desde hacía unos meses. Pero ya olia a operativo. De repente, como a las diez de la mañana, comenzamos a ver pasar helicópteros: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... ¡hijue las cien mil putas, esta vez sí que va en serio! ¡ Veinte helicópteros para el primer gran desembarco aéreo en nuestro frente!
[if !supportLists]— [endif]¡Hay que embutir al chilazo! —dijo Ismael, jefe de la seguridad.
[if !supportLists]— [endif]¡Nos tienen perfectamente ubicados en la coordenada tal y tal! —dijeron los radistas.
[if !supportLists]— [endif]¡Vámonos a la mierda ya! —dijimos nosotros—. ¡Nos van a cocinar en este monte!
[if !supportLists]— [endif]Esperen —ordenó Atilio—. Ahorita es el momento. Le dejamos la “Venceremos” aquí y, como ya saben dónde estamos, creerán que la abandonamos por las prisas. ¡Abel, prepara el volado!
Mauricio no estaba, había ido a arreglar nuestra FM de Joateca. Sólo él y Abel, el hermano de Jonás, que también era técnico sabían cómo conectar los dispositivos y dejar Preparada la bomba. Pero ya estaban desembarcando las tropas en Llano del Muerto, cerquita de nosotros. Ya estaban bombardeando los aviones. Teníamos los segundos contados. Abel corre hasta taller donde tenía el transmisor abierto con los ocho tacos de dinamita todavía sin colocar. Un compa quedó afuera para avisarle si llegaban los cuilios. Abel empezó a hacer las conexiones eléctricas y con el nerviosismo pegó dos cables y, ¡bam!, estallaron los fulminantes. No los tacos de TNT, sino los que activan la carga. Cuando oímos el disparo y llegamos nos encontramos a Abel con la barriga rajada conectando nuevamente los cables para dejar listo el volado.
Sacan a Abel en una hamaca, con la panza ensangrentada, en medio de aquel helicopterío y todos retirándonos en molletera.
[if !supportLists]— [endif]¡EI Cheje! —grita Abel—. ¡Avísenle al Cheje!
Viene corriendo el Cheje, el tercero de los técnicos, y Abel le da las últimas instrucciones para activar todo el mecanismo del aparato:
[if !supportLists]— [endif]Mira, la frecuencia que hay que marcar es ésta, ¿me entendés?
Dijo el numerito que sólo él sabía y se desmayó. Así mismo, como en las películas donde el héroe revela el lugar del tesoro antes de estirar la pata. Abel no la estiró, pero el Cheje quedó a cargo de transmisor con la bomba adentro y al tanto del control remoto para hacerla explotar.
[if !supportLists]— [endif]¿Y ahora, qué? —le pregunta a Atilio.
[if !supportLists]— [endif]Ahora, nada. Lo primero es curar a Abel. Vámonos.
[if !supportLists]— [endif]¿Y este aparato?
[if !supportLists]— [endif]Lo llevamos. Servirá en otra.
Era cerca del mediodía cuando emprendimos la caminata. Llegamos a la calle que une Joateca con Arambala Y la atravesamos de cinco en cinco, agazapados, fusil en ráfaga. Comenzó a llover. El río Sapo lo cruzamos bajo Un aguacero. Delante de mi, iba la mula con el famoso transmisor de los ocho tacos de dinamita, el fallido regalito para el coronel. Fueron horas Y horas de marcha hasta llegar a un lugar que le dicen Volcancillo.
[if !supportLists]— [endif]Aquí nos quedamos —nos indicó Atilio---, Salgan al aire y diganle a Monterrosa que su operativo ha sido un solemne fracaso.
Eran las cinco cuarenta y cinco de la tarde. Teníamos, pues, un cuarto de hora para montar la Venceremos, la de verdad. Abre mochilas, saca el mixer, instala la grabadora, orienta el enlace, el motorcito y la gasolina, ¿quién tiene el cassette?, busca un pedazo de mesa, busca un pedazo de techo porque sigue el diluvio. El Cheje se puso en los controles y nosotros en los micrófonos, todos acurrucados con aquel frío, empapados, sin comer, puro agotamiento. Pero a las seis de la tarde le estábamos volando lengua al ejército. Hicimos el programa de una hora de duración. Fueron más gritos que otra cosa, es cierto. Bueno, tampoco el momento estaba como para mucha educación, ¿no te parece? Lo que queríamos era insultarlos y restregarles su fracaso. Aunque para no perder los buenos modales radiofónicos, les poníamos su cortinita musical entre puteada y puteada. Después, volvimos a empaquetarlo todo porque no sabíamos la suerte de mañana. Y nos despatarramos a dormir debajo de los mangos.
A la mañana siguiente, Atilio dijo:
[if !supportLists]— [endif]Ya no vamos a poder seguir cargando ese aparato. Dejémoslo escondido acá. Ni modo, se nos planchó el plan. Si ahora lo ponemos de carnada no van a picar. Allá en el Pericón sí, por lo de salir en carrera. Pero que lo hayamos dejado por un camino… nadie va a tragarse eso.
Agarramos el transmisor explosivo y lo escondimos en VoIcancillo Nosotros seguimos viaje hacia cerro El Garrobo, que está en la dirección de Joateca, más o menos a cinco kilómetros en línea recta, y forma un triángulo con el Mozote, que también queda de ahí a otros cinco kilómetros Desde la altura en que nos colocamos no se miraba Joateca, pero sí el hoyo en que está el pueblo, se miraba el campanario de la iglesia. Ahí se instaló la comandancia, los de la Venceremos y los de radiocomunicaciones.
Pasó otro día, el tercero del operativo. En la madrugada del 21 de octubre, viene Chiquito y me zarandea.
[if !supportLists]— [endif]Despertate, vos!
[if !supportLists]— [endif]¿Qué pasa?
[if !supportLists]— [endif]Escribí comentarios de la Venceremos.
[if !supportLists]— [endif]¿Comentarios a esta hora?
[if !supportLists]— [endif]Sí, escribí.
[if !supportLists]— [endif]¿Sobre qué?
[if !supportLists]— [endif]Cualquier babosada. Pero con tu letra. (Los cuilios, en otras ocasiones, habían encontrado cuadernos nuestros y tenían bien identificadas las caligrafías.)
[if !supportLists]— [endif]¿Para qué?
[if !supportLists]— [endif]¡Qué jodes! Vos escribí y no preguntes.
Cuando estoy en mi champa medio acostado, con una lámpara y llenando papeles, oigo ruidos afuera. Es la voz de Mauricio que ya había regresado. Y la de Atilio, muy apresurado:
[if !supportLists]— [endif]Mira, Mauricio, ustedes vayan a Volcancillo a traer el volado. Lo vamos a hacer. ¡Es ahora o ahora!
Después, escucho que habla con Nolvo, el guía que andaba con nuestra unidad. Nolvo es un campesino que se parece mucho a Farabundo Martí, moreno, bigotudo, Con su pistolón y su fusil.
[if !supportLists]— [endif]Mirá, Nolvo, le llegó la hora a Monterrosa. Va a pagar las que ha hecho.
[if !supportLists]- [endif]Primero Dios.
Amaneciendo, Atilio reunió al equipito que iba a realizar
[if !supportLists]— [endif]Vamos a simular un combate con heridos y que no logramos sacar la Venceremos. Así de sencillo. Julito Perica, vos vas a ir al mando con los compas de la seguridad y con este aparato. Tiene una bomba adentro. Es una caza- bobo. Ustedes amarran fuego con una escuadra de cuilios y luego vos vas a gritar: “¡Deja esa mierda, saquen al herido!”. A ver, repetí.
[if !supportLists]— [endif]Deja esa mierda, saquen al herido! —ensayó Julito Perica.
[if !supportLists]— [endif]Perfecto. Pero tenés que asegurarte que los cuilios lo oigan. Vos gritas cuando estés suficientemente cerca de ellos.
[if !supportLists]— [endif]Y después?
[if !supportLists]— [endif]Llevan un gallo. Lo despescuezan ahí, y dejan el rastro de sangre. Que se vea la sangre del “herido”.
[if !supportLists]— [endif]¿Y?
[if !supportLists]— [endif]En ese momento, sólo en el momento en que estén seguros que los cuilios vienen sobre ustedes, agarrás un palito y encendés esta palanquita, mirá. Por esta rendija de aquí se prende todo el sistema. Asegurate que quede pasado, que esté en on. Y dejás el aparato tirado en el camino. ¿Correcto?
[if !supportLists]— [endif]Entendido, comandante
[if !supportLists]— [endif]Adilia, vení. Vos vas a ir también con ellos. Cuando salgan de ahí chaqueteados, vos vas a pasar este mensaje por radio: Tenemos problemas. Perdimos el volado. ¿Qué hacemos?” Repetí.
[if !supportLists]— [endif]Tenemos problemas. Perdimos el volado. ¿Qué hacemos? —ensayó la radista de ojitos verdes.
[if !supportLists]— [endif]Este mensaje lo pasas pelado, sin ninguna clave. Entonces, el radista de la otra estación estará avisado. El te va a responder: “No me hablés así. Andate a tal frecuencia”. Vos te vas a esa frecuencia y le pasas el mismo mensaje, ahora en clave, ¿me entendés?
[if !supportLists]— [endif]Pero esa clave está quemada.
[if !supportLists]— [endif]Pues por eso mismo. Las computadoras de los cuilios la van a descifrar enseguida. Eso es lo que queremos. Le pasas el mensaje y le añadís: “tenemos un herido”. El otro te va a responder: “olvídense del volado y retírense con el herido”.
Todo estaba meticulosamente planeado para no dar ninguna pista muy obvia que le restara credibilidad al plan. Inmediatamente, por una red interna más compartimentada, también con una clave que había sido usada mucho tiempo, se le tiraría el informe a la comandancia. Atilio se comunicaría con María en el exterior. Le daría la “mala noticia” y le diría que había que pensar cómo comprar otro equipo y cómo meterlo al país. En fin, el objetivo era que todo el servicio de inteligencia del enemigo terminara perfectamente convencido de que habían capturado a la Venceremos.
Mauricio —concluyó Atilio—, vos garantizas.
Garantizar es una palabra sagrada para nosotros. La única excusa para no garantizar es haberse muerto. Todos ya sabían lo que tenían que hacer. Y Mauricio sabía lo que todos sabían que tenían que hacer. El garantizaba el conjunto del plan.
Sale el equipo con Mauricio, Julito Perica, Adilia y la escuadra de seguridad. Llegan al punto donde supuesta mente debían estar los cuios y no los hallan. (Es bien común eso entre ellos: le reportan a su mando que están donde los enviaron, pero no llegan tan adelante. Por el miedo, pues.) Total, que los nuestros tuvieron que acercarse mucho más a Joateca. Como a las cinco de la tarde, ya ubicaron a la cuiliada. Comienza la función. Se vuelan tres tiros con los soldados y luego viene el grito, el gallo, la palanquita y el mensaje.
Nosotros, desde el cerro, alcanzamos a oír la balacera. Estábamos también pegados al radio de comunicaciones. Al minuto, entra la voz de Adilia:
Xilófono, papa, tango, charli, whisky, delta, rayitas.
[if !supportLists]— [endif]Es el mensaje cifrado. Todo va bien.
Ahora, atención a los radios verdes, a lo que va a decir el enemigo. Atilio estaba de aquí para allá, como un león enjaulado. Y nosotros, mascando uñas. ¡Al fin y al cabo, nos estaban capturando a nosotros mismos, a la Venceremos!
Una hora después, les rastreamos la comunicación, sin clave y con una euforia jamás escuchada:
[if !supportLists]— [endif]La compañía Los Brujos del batallón Fonseca informa a su mando... ¡que hemos capturado la Venceremos!
[if !supportLists]— [endif]¿Cómo? Repita.
[if !supportLists]— [endif]¡Qué capturamos el aparato de la Venceremos! ¡Eran Como doscientos, pero les dimos verga!
Al poquisimo rato:
[if !supportLists]— [endif]El mando del batallón Fonseca llamando al charli Carlos’
[if !supportLists]— [endif]Adelante, adelante —responde Monterrosa—. Te copio. Cambio.
[if !supportLists]— [endif]Te informo que capturamos a la Radio Venceremos en una estribación del cerro Tizate, jurisdicción de Joateca, coordenada tal y tal.
[if !supportLists]— [endif]¡Perfecto, te felicito! Mirá, entonces llévate eso para Joateca y espera nueva orden. Yo voy a llegar.
Ya la tenían. Nosotros suponemos que en ese rato de tarde ellos se dedicaron a comprobar los informes de inteligencia, a ver si concordaban. Por nuestra parte, se nos informó a todos los que teníamos que ver con las transmisiones que ese día no íbamos a salir al aire. Nunca, en cuatro años de guerra, se había tomado esa decisión: ¡hoy no hay programa!
Esa noche fue una noche larga. Todo el equipo de monitoreo subiendo y bajando el dial, esperando la noticia. Al fin, sonó:
¡Ultima hora! El ejército acaba de informar que la clandestina Radio Venceremos ha sido capturada hace muy pocas horas en el Tizate, Joateca, luego de un fuerte combate defendiendo posiciones estratégicas. ¡Más detalles con nuestros corresponsales en San Miguel!
Teníamos una carpa de lona militar bien grande donde dormíamos todos. Ahí formamos círculo y nos sentamos a platicar. Atilio estaba vehemente, más que nunca. No tenía sueño y empezó a contar pasadas de cuando era estudiante, de la mara de su barrio Santa Anita, en la capital, de cuando se ponían a espiar cipotas en la esquina del colegio, de las luchas estudiantiles en el 70, de los primeros núcleos de la guerrilla urbana, de Rafael Arce Zablah, el primer gran dirigente del ERP caído en combate en el 75.
[if !supportLists]— [endif]¡Si Lito estuviera vivo...!
Ya era tarde. Todo el mundo fue desertando Yo también me di por vencido y me fui a acostar. No recuerdo qué más dijo Atilio en aquella noche de confidencias.
A la mañana siguiente, la Voz de los Estados Unidos de América después de su habitual Y desagradable the following program is in Spanish, lanzó su primera noticia:
Luego de tantos días de programación ininterrumpida, Radio Venceremos ha dejado de transmitir. El ejército salvadoreño informó que la emisora clandestina fue capturada en...
En San Salvador la YSU, la KL. la Sonora, todas dando el notición. Y claro, llegaban los cifrados de las otras organizaciones, de los amigos alarmados.
[if !supportLists]— [endif]Después explicaremos — era toda nuestra respuesta.
Licho, que andaba en otra misión, se conectó inmediatamente:
[if !supportLists]— [endif]iPor la gran puta! ¿Cómo perdimos la radio?
[if !supportLists]— [endif]Después explicaremos.
El alboroto iba en aumento, las noticias se sucedían cada vez más triunfales hasta una emisora dio de última hora la captura de los locutores de la Venceremos
[if !supportLists]— [endif]¿Ya oyeron? —llegó Mariposa, abatida por la sugestión, a donde estábamos Santiago, Maravilla y yo.
[if !supportLists]— [endif]¿Qué, Mariposa?
[if !supportLists]— [endif]¡Los locutores!
[if !supportLists]— [endif]¡Pero si los locutores somos nosotros, enana! ¡La locutora de la Venceremos sos vos! ¿A quién van a haber agarjao? ¡A Monterrosa es que vamos a agarrar!
Pero Monterrrosa no llegaba. No daba señales de vida.
Los bichitos de Abraham, los muchachos del equipo de inteligencia; que no habían cerrado ojo en toda la noche, seguían en alerta por si se reportaba algún helicóptero que viniera a buscar el transmisor capturado. Nada. Toda la tarde y nada. El “después explicaremos” se estaba haciendo muy después y la situación se nos estaba revirtiendo. Los combatientes, desmoralizados, se la pasaban pegados al radio, clavados en nuestra frecuencia, oyendo nada, por si salíamos al aire, para que no fuera verdad aquel desastre. ¡Su radio! ¡Su emisora capturada! Ahí me di cuenta yo de cuánto les significaba la Venceremos, de la empatía esa de que hablan los libros. Porque llovían los mensajes. Y no sólo de los frentes de guerra, sino de periodistas, de aliados, comunicaciones desde el exterior. ¡Diablos, aquella segunda noche de silencio fue desesperante!
El 23 de octubre. Amanecimos con las mismas noticias y con la misma tensión. Atilio caminaba, iba y venía, andaba con una varita pegándose en la mano, se paraba con Abraham.
[if !supportLists]— [endif]Qué pensás vos, dónde lo tendrán?
[if !supportLists]— [endif]Tenerlo, lo tienen en la alcaldía de Joateca. ¿Dónde más?
[if !supportLists]— [endif]Qué pasa si lo detonamos ahorita?
[if !supportLists]— [endif]Pues...
[if !supportLists]— [endif]¿Irá a funcionar en el helicóptero?
[if !supportLists]— [endif]Esperemos, hombre. Va a funcionar.
[if !supportLists]— [endif]Es que si no funciona, somos los más pendejos de los pendejos. ¡Nosotros les estaríamos regalando la victoria que ellos no consiguieron en el Pericón! Aunque lo que agarraron no sea lo que es, ¿quién desmiente después si ellos muestran el volado y nosotros, de hecho, hemos dejado de transmitir? ¿Quién explica a nadie que todo fue un malentendido, una cazabobos que nos cazó a nosotros?
En eso, aparece un helicóptero. Se reporta un helicóptero en frecuencia. Eran las nueve de la mañana.
[if !supportLists]— [endif]¿Quién es? — -pregunta Atilio.
[if !supportLists]— [endif]No sé — le dice Abraham. No se ha identificado.
[if !supportLists]— [endif]Entonces, debe ser el de Monterrosa, porque es el único mando de ellos que cumple con la seguridad de no identificarse.
—No, no es —se mete un cipote radista.
[if !supportLists]— [endif]¿Por qué no es? —se impacienta Atilio.
[if !supportLists]— [endif]Es que no es —insiste el niño—. Yo le conozco la voz al piloto de Monterrosa. Y ese no es.
[if !supportLists]— [endif]¿Tenés la grabación?
[if !supportLists]— [endif]Sí, oiga.
Se sientan, oyen la grabación y concluyen que no es.
[if !supportLists]— [endif]Pero, ¿y si es?... ¡Vamos arriba!
Atilio, la comandancia y todos nosotros subimos unos cuantos metros por el cerro hasta el punto más alto donde se habían situado los radistas de las comunicaciones estratégicas. Desde allí se veía toda la panorámica del valle, con Joateca al fondo. Mauricio andaba el control remoto, el telemando. Y el Cheje llevaba la antena, una antena direccional, que los técnicos habían construído especialmente para esta operación
Llega el helicóptero, aterriza en Joateca, está unos minutos allí. Se levanta y, cuando emprende el regreso a San Miguel se arma la discusión.
[if !supportLists]— [endif]¿Si disparamos y no es?
[if !supportLists]— [endif]¿Y si no disparamos y es?
Como el cipote insistía en que no, le hicieron caso y le dispararon. Y tenía razón el chiquillo, porque después nos enteramos que ese helicóptero lo que llevaba era personal médico. Habían ido a recoger un herido.
Al mediodía, por radio Sonora de la capital, anunciaron una entrevista con el teniente coronel Domingo Monterrosa Barrios. Rebotamos de nuestros lugares y nos agolpamos alrededor del radito.
Periodista: — ¿Cómo van las operaciones al norte del río Torola, coronel Monterrosa?
Monterrosa: — Bueno, lo que estamos intentando no es un operativo cualquiera. Es un trabajo de área. Vamos bien.
Periodista: — ¿Cuánto piensa que va a durar el operativo?
Monterrosa: — Es para quedarnos. Como le digo, se trata de una cuestión diferente. No vamos a salir como otras veces.
Periodista: — ¿Cómo está lo de la Venceremos?
Monterrosa: —Efectivamente, hemos capturado a Radio Venceremos. Yo quiero decirles que se acabó el mito de Morazán. A los Brujos del batallón Fonseca que lograron esta hazaña les hemos dado un merecido mes de licencia. Esta tarde a las cuatro he convocado a la prensa nacional y a los corresponsales extranjeros en la Tercera Brigada de Infantería, en San Miguel. Yo personalmente les mostraré la radio a los periodistas.
¡O sea, que venía hacia acá! ¡Tenía que venir a buscar su trofeo! ¿O mandaría a otro a recogerlo en Joateca? ¡Puta, aquello era un entusiasmo y un nerviosismo! Todo el campamento contando los minutos con los dedos, contando los segundos. Nadie comió ni le interesaba. Todo el mundo miraba el cielo, a las nubes, sólo esperando verlo aparecer.
Por ahí como a las dos de la tarde, sentimos un helicóptero que se aproximaba.
[if !supportLists]— [endif]Ese sí es el piloto de Monterrosa —dijo el mismo cipote de antes.
[if !supportLists]— [endif]¿Lo dijo expresamente? —le pregunta Atilio.
[if !supportLists]— [endif]No, no lo dijo. Pero es su voz.
[if !supportLists]— [endif]El chiquillo tiene razón —intervino Abraham Yo pongo mis huevos sobre un yunque que ése es.
Ya viene el helicóptero. Nosotros, desde aquel cerro, estamos viendo todo como en pantalla grande de cine. Vemos cuando el helicóptero se acerca, cuando se detiene en el aire, cuando va bajando y desaparece en el pueblo. De Joateca, como te digo, sólo alcanzábamos a mirar el campanario.
Se levanta el helicóptero sobre Joateca.
[if !supportLists]— [endif]Irá Monterrosa ah? —pregunta Atilio.
[if !supportLists]— [endif]No sé —dice el radista—_. No han dicho eso. El piloto sí es.
[if !supportLists]— [endif]Pues donde va el perro va el amo. Preparen todo.
Ahí estaba el Cheje con su amena dirigida, Mauricio con diez años menos, Atilio realmente excitado, Chiquito colorado por la tensión Todos con la misma fiebre de aquel momento decisivo. Y el helicóptero que avanza.
[if !supportLists]— [endif]¡Dispara, Mauricio! — Ordena Atilio—. ¡Dispará!
Mauricio apacha el botón del telemando, lo apacha otra vez, Y nada que ocurre.
[if !supportLists]- [endif]¡Dispara te digo! — Gritaba Atilio—. ¡Cheje, apunta bien!
Y el Cheje con su antena como que fuera lanzacohetes, siguiendo a aquel punto en el cielo. Y Mauricio aprieta el botón, que casi le revienta el contacto. Pero el helicóptero siguió su curso tranquilo de la vida.
Se hizo un silencio hijueputa. Mauricio envejeció mil años. El Cheje queria colgarse del palo más alto. Chiquito fue quien dijo:
[if !supportLists]— [endif]La cagamos.
Mauricio empezó a registrar el control remoto, a ver si era el circuito o la conexión con la antena, que cosa había fallado. Le temblaban las manos del puro nervio.
[if !supportLists]— [endif]Espérate, Mauricio —dice Atilio—, ¿no hay un segundo dispositivo?
[if !supportLists]— [endif]Si hay.
[if !supportLists]— [endif]¿Y que altura tiene ahora ese pájaro?
[if !supportLists]— [endif]Más de trescientos metros.
[if !supportLists]— [endif]¿Y el altímetro?
[if !supportLists]— [endif]No sé. Tampoco funcionó.
[if !supportLists]— [endif]¡Puta! —fue lo último que dijo Atilio, y se fue.
Chiquito, desmoralizado, se tiró en un zacatal. Julito Perica se tapó la cara con las manos. Me acuerdo del viejo German alejándose hacia la cocina:
[if !supportLists]— [endif]En los velorios se sirve café. ¿Alguien quiere?
En eso, Atilio se para como si tuviera un resorte en las nalgas.
[if !supportLists]— [endif]Mauricio, ¡vení!
Y viene el técnico envejecido, arruinado, arrastrando los pies.
[if !supportLists]— [endif]Mauricio, ¿qué pasa si nosotros tenemos ahorita un radista en Joateca y queremos hablarle? ¿Podríamos establecer comunicación con él?
[if !supportLists]— [endif]Es posible que en una altura... Si se sube en el campanario de la iglesia. Porque como el pueblito está en ese hoyo, encajonado, y la radiofrecuencia va en línea recta…
[if !supportLists]— [endif]¿Es difícil?
[if !supportLists]— [endif]Sí.
[if !supportLists]— [endif]¡El transmisor está todavía en Joateca! —Grita Atilio-. ¡Ese es el porqué! ¡No lo han sacado de Joateca!
[if !supportLists]— [endif]Entonces, es que descubrieron la bomba.
[if !supportLists]— [endif]No, hombre, ¿por qué la van a haber descubierto? Ya lo habrían reportado por radio.
[if !supportLists]— [endif]¿Y por qué no explotó en tierra? —preguntó Julito.
[if !supportLists]— [endif]Por eso, porque no puede. No hay línea recta. ¡Monterrosa está todavía en Joateca!
Va Atilio y zarandea a Chiquito.
[if !supportLists]— [endif]Chiquito, no ha funcionado porque el aparato está allí.
[if !supportLists]— [endif]Y yo aquí.
[if !supportLists]— [endif]No jodás. Levántense, vamos!
Y en lo que Atilio está explicando y discutiendo, oímos el ruido de otro helicóptero que viene por los lados de San Miguel. Faltaba un cuarto para las cuatro de la tarde.
— ¿Se fijan?... ¡Ahí está!... ¡Vamos, Mauricio, movete, revisa los cables! Cheje!
- Todo el mundo de nuevo en pie. Y otra vez la excitación. Cuando el helicóptero se reporta, nuestro radista lo Confirma.
— Es el pájaro de Monterrosa El mismo piloto.
Y comienza un bergo de especulaciones ¿No vino en el primer vuelo? O vino y no se fue? ¿Dónde está, pues, en tierra o en el aire? Pero lo cierto es que el helicóptero se acercaba ya. Otra vez aterrizó en Joateca. ¡Esos minutos en que el helicóptero estaba abajo que ni subía ni lo veíamos...! Atilio es un hombre muy alto. Y Chiquito, literalmente, chiquito. Y ahí estaban los dos comanches, el grande y el chico, con la mirada clavada hacia Joateca. Atilio no se despegaba sus binoculares de equipo.
Viene otro cipote, otro de los siete radistas de Abraham, que están rastreando todo con siete radios de comunicación recuperados al enemigo.
[if !supportLists]— [endif]De la Tercera Brigada le están mandando a decir a Monterrosa que toda la prensa está esperándolo.
[if !supportLists]— [endif]Por tanto, está en Joateca! —grita Atilio—. ¡Ahora es su hora!
Comienza a levantarse el helicóptero sobre aquel cielo azul de fondo. Comienza a moverse horizontalmente. Cuando ya lo teníamos enfrente, exactamente enfrente de nosotros, en ese momento, Atilio ordenó:
[if !supportLists]— [endif]Mauricio... ¡dispará!
Y no había terminado de decirlo, cuando yo vi una bola de fuego, una gran pelota de fuego, que echó un chorro de candela hacia los lados.
¿Has oído vos un gol de la selección de Brasil en el Maracaná? ¡Pues así fue la gritazón de todos! ¡Chiquito se le enganchó a Atilio abrazándolo! ¡Mauricio y el Cheje abrazándose! ¡Las radistas, los cipotes, todo el puesto de mando en una sola algarabía, abrazándose y estampándose besos como en día de bodas!
[if !supportLists]— [endif]¡Viva Morazán! ¡Viva el FMLN!
German se despeñicó cerro abajo para avisarle al resto del campamento que esperaba en la cocina, porque allá arriba no cabían todos. Y desde la cocina subió el segundo alboroto.
[if !supportLists]— [endif]Silencio —dice Abraham—, cállense.
[if !supportLists]— [endif]¿Ya dijeron? — pregunta Atilio.
[if !supportLists]— [endif]Por eso mismo. No han dicho nada.
Es que a todas estas, nosotros sólo sabíamos de un helicóptero derribado. Pero había que confirmar si Monterrosa iba en el Todos estábamos seguros. Pero el diablo hace sus diabluras.
Otra vez la calma. Y a pegarse a los radios verdes para escuchar que dice el enemigo. Como a los veinte minutos, entra la voz del jefe del batallón que estaba en Joateca pidiendo comunicación con la Tercera Brigada de San Miguel.
[if !supportLists]— [endif]Envíenme un pájaro inmediatamente.
[if !supportLists]— [endif]Acabamos de mandar uno. ¿Qué pasó?
[if !supportLists]— [endif]Mire, esto es una emergencia. Mándeme un pájaro inmediatamente
[if !supportLists]— [endif]Pero, dígame qué tipo de emergencia.
[if !supportLists]— [endif]Hemos tenido problemas con el pájaro que usted envió.
[if !supportLists]— [endif]¿Dónde... dónde viajaba el charli Carlos?
[if !supportLists]— [endif]Positivo Positivo Apúrese.
¡Nuevamente, nuestro gran grito! ¡Un grito de gol en el estadio del mundo! ¡Un loquerio en nuestro campamento guerrillero! Atilio llamó, entonces, a Leti, la responsable de las Comunicaciones del frente.
[if !supportLists]— [endif]Pásenle el mensaje a todas las estaciones que nos acabamos de quebrar a Domingo Monterrosa, el asesino.
Su helicóptero cayó, precisamente, entre Joateca y El Mozote, donde él había cometido uno de sus peores crímenes. En El Mozote entraron él y “los ángeles del infierno”, como le gustaba llamarle a su batallón Atiacati. En El Mozote, Monterrosa dio la orden de ametrallar a los que él mismo había reunido en la iglesia. El autorizó las violaciones, él se rió de los niños ensartados en bayonetas y arrojados vivos en los hornos de pan. El hizo todo eso. Sólo en diciembre del 81, mil inocentes fueron asesinados ahí, muy cerquita de donde ahora había reventado en pedazos su helicóptero, a las cuatro y quince de la tarde de aquel día justiciero, el 23 de octubre de 1984.
Atilio salió corriendo a las comunicaciones estratégicas para hablar con María, que estaba en el exterior.
[if !supportLists]— [endif]Nos volamos a Monterrosa!
[if !supportLists]— [endif]¿Estás hablando en serio?
[if !supportLists]— [endif]Completamente. La onda es que ustedes desde allá telefoneen a las emisoras de aquí y les digan que la Venceremos va a salir al aire ahora mismo, a las seis de la tarde. ¡Qué tenemos una sorpresa para los periodistas que todavía están esperando a Monterrosa en la Tercera Brigada de San Miguel!
— Está ya confirmado?
— Confirmadísimo.
— Entonces, el coronel no leyó a tiempo la historia del caballo de Troya.
Sí, el caballo de Troya. Nunca una leyenda de la guerra antigua se hizo tan actual en la nuestra. Porque resulta que a los pocos minutos nos enteramos que no había sido sólo Monterrosa. Otros troyanos lo acompañaban.
[if !supportLists]— [endif]Así que el charli Carlos iba allí?
[if !supportLists]— [endif]Positivo. Afirma.
[if !supportLists]— [endif]Mire, ¿y mi charli iba también? —pregunta el del Atlacatl.
[if !supportLists]— [endif]Afirma. Iba su charli.
¡En el helicóptero iba también el mayor Armando Azmitia, súbdito y heredero de Domingo Monterrosa, que quedó comandando el batallón Atlacatl cuando ascendieron a su jefe! ¡Azmitia, la mejor promesa del ejército salvadoreño, considerado por muchos como la versión corregida y aumentada de Monterrosa!
[if !supportLists]— [endif]Mire, ¿y mi charli también iba allí? —pregunta el de Gotera.
[if !supportLists]— [endif]Afirma.
¿Cómo? ¿Calito también? ¡El teniente coronel Herson Calito, canalla reconocido, comandante del Destacamento Militar Número Cuatro!
[if !supportLists]— [endif]Y mi charli?
Pregunta el otro y el otro. ¡Todos los mandos estratégicos del operativo Torola IV habían muerto! Iban los seis jefes de batallones, todo el estado mayor de Monterrosa, los que el había formado, sus hombres claves en aquella locura de operativo que él y los gringos habían diseñado! ¡A todos los había llevado a Joateca para presenciar el recibimiento de la Venceremos! Había invitado también a un cura castrense para felicitar a los soldados y bendecir la victoria. Había llevado a un periodista del COPREFA, a un camarógrafo y a un sonidista que filmaron el momento en que Monterrosa personalmente ayudó a cargar el transmisor- bomba en el helicóptero. Todos estaban muertos ya, junto a Su teniente coronel, el rambo de los gringos en El Salvador.
Sólo faltó a la cita James Steel, jefe de los asesores norteamericanos, que dirigía el operativo Torola IV directamente con Monterrosa. Como que ni el diablo quería cargar con él
[if !supportLists]— [endif]Armen la Venceremos, que a las seis en punto tenemos que salir al aire!
Jamás olvidaré aquella transmisión. Aunque era octubre, invierno, esa noche no llovió. El cielo de Morazán estaba cuajado de estrellas. Mil de ellas tenían nombre.
Declaramos este 23 de octubre día de reivindicación por los mártires de la patria, por los asesinados en El Mo- zote, en La Joya, en Los Toriles, en Poza Honda, y en todos los caseríos y cantones de nuestro departamento donde este verdugo masacró tantas vidas de inocentes. ¡Esta es Radio Venceremos, indestructible como nuestro pueblo!
Cuando acabamos el programa, Atilio nos reunió a todos:
[if !supportLists]— [endif]Y ahora, ¡llamen a Los Torogoces y hagan la fiesta grande! ¡No nos alegramos por el muerto, sino por los que, ya sin él, podrán vivir!
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